CRISIS MATRIMONIALES Y MENORES DE EDAD
Crisis matrimoniales, fases en la vida de pareja o de matrimonio de desestimación, de desaprecio hacia el otro por múltiples razones, que bien se superan bien fulminan la relación. Y cuando hay menores de por medio la sutileza debe ser extrema.
Las crisis matrimoniales, más habituales de lo que se piensa, y en diferentes grados e intensidades, son causas centrales en el desarrollo de los menores, que soportan, la mayoría de veces en silencio las tediosas y odiosas discusiones que mantienen las dos personas que a él/ella les sirven, y servirán de referente el resto de su vida.
El estancamiento, la rutina, la falta de comprensión, los problemas para interrelacionarse en los que se ven avocadas algunas parejas y matrimonios, no permite construir y afianzar la organización familiar, que termina por resquebrajar la confianza y la seguridad en uno mismo, tan difícil de recuperar, y siembran en los hijos miedos y angustias, que los acompañan a lo largo de sus días, quizá de forma inconsciente, quizá más consciente de lo que imaginamos y que determina sus comportamientos personal, familiar y social.
La obligación legal de los padres desde que su hijo viene al mundo y forma parte de esa cadena vital paterno- filial, es velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral; representarlos y administrar diligentemente sus bienes hasta la mayoría de edad. Prestar asistencia de todo orden a los hijos habidos dentro o fuera del matrimonio, durante su minoría de edad y en los demás casos en que legalmente proceda.
Pero hasta qué punto no serán importantes que no sólo los padres, sino los poderes públicos, y las instituciones internacionales, deben aseguran, la “protección integral de los hijos. Iguales éstos ante la ley con independencia de su filiación, de las madres, cualquiera que sea su estado civil”, recoge la Constitución Española y la Convención de Derechos del Niño de 1989.
Los integrantes de una relación sentimental, pareja de hecho o matrimonial deben concienciarse que sus vidas son referente de otras vidas y, que las crisis no son de pareja cuando las hacemos en presencia de menores, son crisis de familia y, en nuestros exteriorizados fracasos se ven ellos envueltos; y el interés del menor se difumina hasta casi desaparecer para darle color intenso a reproches, desacuerdos, malas contestaciones, faltas de respeto y hasta actitudes violentas y agresivas, difíciles de digerir y a saber cómo se tolerarán en la evolución de la personalidad y el comportamiento de los menores, que algún día se convertirán en mayores acuñados con los valores y principios que su familia le haya transmitido.
Las crisis matrimoniales son naturales, como la vida misma pero controlables como los instintos e ímpetus del ser humano. En el juego de la discusión y del desacuerdo no vale todo, y sobretodo no vale utilizarlos, mangonearlos, marearlos, sumirlos en la agonía del miedo a las voces, a las discusiones y las agresiones. Deben conocer y aprender que los desacuerdos las desavenencias están intrínsecas en el ser humano, sí, pero hasta los límites de la educación, el respeto y el autocontrol. Enseñarles a llevar adelante sus frustraciones con medida como parte del desarrollo de la persona, pero siempre calibrando las consecuencias.
La insalvable crisis matrimonial que acaba en la ruptura de esa unión que, para el menor es vital, debe llevarse siempre con un halo de respeto, de dignidad, de búsqueda de acuerdo en, al menos las circunstancias que atañen a la persona que un día los unió, que lo es todo para ellos y que trabajaban y se esfuerzan para que no le falte de nada. No para utilizarlo de espía, de intermediario, de pantalla, de muro de lamentaciones y frustraciones, ni de carga.
Cuando se produce una separación o un divorcio, que no es el peor de los resultados, a veces puede ser una liberación para todos y especialmente para el menor, que es el que mejor se adapta a las nuevas circunstancias, la patria potestad continúa, los deberes de protección y el máximo interés del menor deben ser los que primen.
Si los adultos ya han tomado sus decisiones libremente, dejemos que el menor también lo haga, que se exprese con igualdad hacia sus padres, que disfrute de ambos por igual, que el tiempo que dedique con cada uno de sus progenitores sea constructivo, no destructivo, que aunque sólo sea en lo relativo al menor aparquen sus diferencias y sean tolerantes, que no ceden terreno al otro adulto sino al bienestar de sus hijos. Y todo esto, claro está, con los matices propios de cada caso.
" Los niños son mensajes vivientes que enviamos al futuro". Anónimo.